En marzo de 2007, un joven británico se disponía a disputar su primera carrera de Fórmula 1. De aspecto asustadizo, casi tímido, pero con la sonrisa inequívoca del que está viviendo un sueño. Lewis Hamilton llegó al Gran Circo a los 22 años, no especialmente joven, tras una brillante temporada en GP2, y saltándose lo que entonces se entendía como un paso necesario, el comenzar en un equipo modesto, pues aterrizaba directamente en McLaren.
El primer piloto negro en Fórmula 1, algo que el protagonista trató de restarle importancia en los primeros años para más tarde comprender la relevancia que esto tenía, y sacar pecho de ello. Esperanza británica de aficionados y prensa, huérfanos de un piloto que les hiciera vibrar desde hace demasiado tiempo. Y todo, bajo el paraguas que le proporcionó estar acompañado del reciente bicampeón del mundo y fichaje estrella de McLaren, Fernando Alonso.
Hamilton no tardó en demostrar que era un grandísimo piloto, de los que están tocados por la varita, y ya en su carrera de debut, consiguió subir al podio, escoltando al que en teoría debía ser el primera espada del equipo, Alonso. Siempre acompañado de cerca por su padre, lo que no pocas veces ocasionaba comentarios jocosos, Hamilton puso al equipo en una posición comprometida en Mónaco. Sus quejas provocaron una investigación por parte de la FIA ante posibles órdenes de equipo, entonces prohibidas.
No fue más que el primer indicio de algo que no tardó en evidenciarse. Hamilton no era hombre de equipo, Hamilton estaba ahí para ser la punta de la pirámide, para que todos trabajasen para él, un estatus que alcanzan los campeones tras mucho esfuerzo y que el británico reclamaba desde ya. Sus victorias en la gira americana agitaron el gallinero. Fortalecieron la postura más bien engreída de Hamilton y generaron dudas entre los que mandaban.
Ron Dennis no solo era el jefe del equipo, también fue su mecenas y su principal valedor, el que en última instancia lo llevó hasta Fórmula 1. Ambos compartían nacionalidad, la de un país en éxtasis ante la explosión de un gran talento. Ante sí, muchos récords y barreras que romper. La raza, el del debutante, el del campeón británico, el del campeón británico en McLaren, que gane tu apuesta personal, el piloto de la cantera…
Y es que 2007 fue un curso acelerado de lo que Lewis Hamilton iba a ser durante su carrera deportiva. Rápido como el que más, y quejica como él solo. Durante Hungría, Ron Dennis comprendió la magnitud de su decisión y de la que a buen seguro se arrepentiría durante mucho tiempo, juntar a dos gallos como Fernando Alonso y Lewis Hamilton, todo, con un más que posible título de campeón del mundo como premio. Allí, Hamilton llegó a insultar por radio a su jefe, delante de las decenas de personas con acceso a la comunicación. La guerra se había desatado. En apenas media temporada, Hamilton había mostrado su mejor y su peor versión, la del piloto inalcanzablemente rápido, y la del indisciplinado.
McLaren decidió echar el resto por Lewis Hamilton en una apuesta que salió rana y se convirtió en uno de los mayores ridículos que se recuerdan en la Fórmula 1. Ni Fernando ni Lewis, Kimi Raikkonen y Ferrari se llevaron un título que McLaren ya celebraba. Y pese a todo, nada cambió para Ron Dennis, que decidió quedarse con Lewis Hamilton.
Difícilmente se puede catalogar esta apuesta como errónea, pues Lewis Hamilton consiguió su primer título de campeón del mundo en la siguiente temporada, 2008. Una temporada de las que hacen afición, donde el campeón apenas consiguió cinco triunfos, y una resolución de título que si hubiese sucedido en una película de Hollywood hubiera provocado las carcajadas de los aficionados por irreal.
El Ferrari de Felipe Massa cruza la línea de meta de la última carrera del año en primera posición y es virtual campeón. La lluvia cae en Interlagos y en la pista, pilotos con neumáticos de seco y otros con neumáticos de agua. El box de Ferrari estalla en alegría hasta que instantes después ocurre lo inesperado, Hamilton alcanza a Timo Glock, con neumáticos de seco, y le adelanta antes de línea de meta. Un mecánico de Ferrari tiene el coraje de avisar a la familia Massa que deje de celebrar, que no han ganado, quedándose esta petrificada y convirtiéndose en un meme atemporal. En el otro lado del pit lane, la ‘pussycat doll’ Nicole Scherzinger estalla en gritos y saltos. Lewis Hamilton se proclamaba el campeón del mundo de Fórmula 1 más joven, arrebatándole el récord a Fernando Alonso.
Hamilton entraba en la historia por la puerta grande, y ante sí, muchísimos años para superar infinidad de récords. Sin embargo, la temporada 2009 supuso un golpe de realidad para Lewis. El McLaren no era un coche para luchar contra los BrawnGP, y el piloto volvió a ofrecer sus dos caras. Cinco carreras consecutivas sin entrar en los puntos, cortando la racha con una brillante victoria.
Porque la realidad es que Hamilton es uno de esos pilotos a los que nunca puedes descartar, uno de los elegidos que sin tener un vehículo ganador, es capaz de amarrar un triunfo. Un calificativo que se puede otorgar a muy pocos pilotos a lo largo de la historia. Así lo hizo con un brillante triunfo en Hungría, y más tarde en Singapur. Cierto es que, para el final de temporada, tanto Red Bull como McLaren habían ganado competitividad gracias al doble difusor, pero ya era demasiado tarde para luchar por nada.
Para la siguiente temporada, Lewis Hamilton tenía nuevo compañero de equipo, el vigente campeón Jenson Button, también británico. Un piloto que supo resarcirse de haber sido rechazado por Renault para finalmente alcanzar la gloria con BrawnGP y acabar fichando por McLaren. Un tipo afable de los que te recibe con una sonrisa en la cara, un carácter muy distinto al de Hamilton, que nunca se esmeró en esconder cuando tenía un mal día.
Jenson Button tuvo mejor comienzo de temporada, con victorias en Australia y China, mientras Lewis miraba con recelo. Hamilton vivió cómodo tras la marcha de Alonso, pero Button le llevó al extremo, recordando que tras el innegable talento, se escondían vulnerabilidades y puntos flacos. Y aunque fallaba, Hamilton siempre lograba resurgir y nunca caer totalmente derrotado.
El mundial de la temporada 2010 cayó en manos de Sebastian Vettel, tras una gran maniobra estratégica de Red Bull ante el muro de Ferrrari, aun a costa de sacrificar a Webber. En sus adentros, Hamilton sabe que pudo haber ganado ese mundial. Pero un comienzo más gris que el de Button, y una serie de abandonos en Hungría, Italia y Singapur, este último con una maniobra innecesariamente arriesgada, lo impidió.
La temporada 2011 no fue buena para nadie que no fuese seguidor de Red Bull o de Sebastian Vettel. El alemán dominó a placer de descuartizó a sus rivales. Tampoco fue buena para Lewis Hamilton, que si bien consiguió tres triunfos a lo largo del año, fue superado en puntos por un constante Jenson Button, que ganó menos, pero subió más al podio. El afable Button fue subcampeón mientras Hamilton se con formaba con la quinta posición, por detrás de los ya comentados, así como de Webber y de Alonso.
Hamilton comenzó a sentir que esa ya no era su McLaren. Su comportamiento, muy crítico cuando las cosas no iban de cara, chocaba de lleno con el de su compañero, y algunas voces que querían hacer ver que lo de Lewis no era para tanto, no hacían más que enfurecer al británico.
2012 comenzó con una victoria de Button y con Lewis mirando de reojo en el podio. Hamilton le devolvería la jugada en Canadá, antes de que llegara la racha de abandonos y triunfos. Abandono en Alemania, triunfo en Hungría, abandono en Bélgica, triunfo en Italia, abandono en Singapur. Y mucho que contar sobre este periodo.
Primero, Spa-Francorchamps. Allí volvió a aparecer el Lewis Hamilton más indisciplinado, mostrando al gran público la telemetría del equipo, algo que hizo enfurecer a McLaren. Hamilton trataba de explicar la diferencia de rendimiento con Button, que tenía más velocidad punta. Para ello, no dudó en mostrar un documento confidencial. Para colmo de males para Lewis, Jenson acabaría ganando la carrera.
El segundo episodio, y que cambiaría la vida de Hamilton, tuvo lugar en Singapur.Lewis Hamilton consiguió la pole position e iba rumbo a la victoria cuando un problema de fiabilidad le obligó a abandonar. Allí, con la guardia baja, fue abordado por Niki Lauda, que le metió la idea de un nuevo reto, el de Mercedes. 2012 acababa con un nuevo triunfo de Sebastian Vettel frente a un desesperado Fernando Alonso, y con un anuncio bomba, el de Hamilton diciendo que se marchaba a Mercedes.
Hamilton tuvo que abordar muchos comentarios jocosos durante esos días. En aquel contexto, abandonaba un equipo capaz de ser campeón del mundo por un nuevo proyecto que no estaba siendo nada competitivo. Pero Lauda supo tocarle los puntos sensibles, hacerle ver que, sin Mercedes, McLaren estaba coja, y que con la era híbrida, todo iba a cambiar y ellos tenían la llave. Y aún con esta perspectiva, no fueron pocos los que aseguraron que Lewis Hamilton no volvería a ganar un Mundial de Fórmula 1, e incluso una carrera. Obviamente, se equivocaban.
Lewis incluso logró vencer en 2013, con la vieja normativa, en uno de sus trazados favoritos, Hungría. En su nueva casa se encontró con Nico Rosberg, al que superó en la clasificación general de pilotos, pero que sin embargo, logró más victorias que él. El británico lucía renovado ante este nuevo reto. Más maduro, tras llevarse varios reveses y habiendo alejado de su vida a figuras como la de su padre e incluso rebajando la visualización de su pareja. Y lo más importante, sabía que lo mejor estaba por llegar. Y llegó.
El cambio de normativa más importante que ha afrontado la Fórmula 1 en décadas, el cambio de motores por unidades de potencia, del motor grande de gasolina a la eficiencia de los híbridos, una liga en la que Mercedes partía con ventaja pues llevaba años trabajando en este sentido. Y curiosamente, 2014 comenzó con un traspiés en forma de abandono, algo de lo que Lewis se rehízo encadenando cuatro victorias consecutivas.
Una temporada que afrontó con solo dos rivales, por un lado, Nico Rosberg, con sus mismas armas y un perfil que pese a su constancia, se tiende a infravalorar, y por otro, él mismo, pues la superioridad le podía llevar a la relajación. En apenas una temporada, Hamilton ganó casi las mismas carreras que había ganado en sus seis años con McLaren, sin mencionar las vueltas rápidas y las pole position.
Tuvo que esperar hasta 2014, cinco largas temporadas, pero Lewis Hamilton volvía a ser campeón del mundo, y lo hacía con un fabricante distinto. 2015 volvió a ser una continuación de la temporada anterior. El Mercedes seguía teniendo una superioridad manifiesta respecto al resto, sin nadie que les pudiera inquietar. Sin embargo, el británico vio como el rendimiento de Nico Rosberg aumentaba, ganando las tres últimas carreras de la temporada, quizás, sin prestarle la debida atención. A fin de cuentas, Hamilton ganaba su tercer título de campeón del mundo, y se mostraba exultante.
Y entonces llegó 2016. Quizás, la mayor mancha en la carrera deportiva de Lewis Hamilton, el que para muchos es el mejor piloto del mundo, que sin embargo, se dejó derrotar por un igual. Nico Rosberg comenzó el año como acabó el anterior, encadenando triunfos, hasta cuatro consecutivos para llegar al Gran Premio de España como líder.
Allí fue consciente de lo que le iba a costar revertir la situación, pues Rosberg le mostró que no iba a ser el piloto blando de antaño, que era un cara a cara en el que no estaba dispuesto a ceder. Y así ocurrió, Hamilton intentó adelantar, Rosberg cerró la puerta, ambos se tocaron y acabaron fuera. Triunfo para el alemán, que a fin de cuentas, veía como Hamilton no le recortaba puntos, y además sería llamado al orden para evitar situaciones así en el futuro.
Ambos pilotos se intercambiaron rachas de victorias. Cuatro seguidas para Hamilton, ahora tres para Rosberg, y entonces, Malasia. Hamilton liderando la carrera cuando de repente, mientras realizaba una pregunta por radio, el motor se rompía, gritando un “Noooooo!!!!!” que aún retumba por las curvas de Sepang. Rosberg cogía aire y prácticamente le bastaba con ser segundo de aquí a final de temporada. Y así hizo. Lewis Hamilton ganó las últimas carreras del año con Rosberg de escudero.
Hamilton perdía un título que tenía su nombre, que muchos le atribuían a comienzo de temporada. Uno de los mejores pilotos de la historia volvió a mostrar que no era perfecto, que era vencible. Difícil, sí, pero vencible. Uno de esos manchones que tiene Hamilton en su extensa carrera deportiva, junto a 2007, junto a 2010.
Tanto acabó desgastando Hamilton a Rosberg, que el alemán puso fin a su carrera deportiva de forma sorprendente al término de la temporada, lo que dejaba además a Lewis Hamilton sin la posibilidad de revancha, pero no evitó que el británico regresase con más ganas que nunca.
Rosberg se había ido y su nuevo compañero, Valtteri Bottas, no estaba a la altura. Parecía un camino de rosas para el británico, que sin embargo vio como emergía un nuevo rival; Ferrari. Los italianos consiguieron finalmente presentar un vehículo con el que dar batalla a Mercedes, que había pasado los tres últimos años ganándolo todo.
Hamilton sufrió en circuitos como Rusia y Mónaco mientras Vettel sonreía. En Mercedes llegaron a pensar que se les escapaba, pero presentaron una gran ofensiva donde más le iba a doler a Ferrari, en Monza, ante los tifosi. Allí, Mercedes presentó su última evolución de motor, anticipándose a la última normativa de quema del aceite, lo que a priori le iba a dar ventaja hasta final de temporada.
Mercedes arrasó en Monza y en Singapur, cuando peor estaba Hamilton, los Ferrari se chocan entre ellos en la primera vuelta y el británico acabó ganando una carrera por la que nadie hubiera apostado. El caos italiano continúo durante la gira asiática hasta el punto de que, de pensar que perdían el título, pasaron a ganarlo con dos carreras de margen. Lewis Hamilton se proclamaba cuatro veces campeón del mundo, igualando al que había sido su máximo rival durante el año, Sebastian Vettel, y también a todo un genio como Alain Prost. Se desmarcaba como el piloto británico más laureado por delante de John Stewart y superaba grandes nombres como Brabham, su jefe Niki Lauda, Nelson Piquet o el estimado Ayrton Senna.
Y entonces llegó 2018. Mercedes parecía tener un monoplaza más sólido pero en carrera las cosas no salían como debían, lo que empezó a dar ventaja a Ferrari, que con Vettel a la cabeza comenzaba ganando las dos primeras carreras del año. Una serie de infortunios volvió a igular la clasificación, pero tras un abandono por avería en Austria y más tarde, siendo derrotado en Silverstone, Vettel volvía a ser líder de la clasificación.
No era como 2017, algo había cambiado. Por primera vez en la era híbrida, Mercedes se veía con un coche menos sólido que el de Ferrari. Las caras de preocupación eran claramente visibles. Los alemanes debían revertir la situación, pero los monoplazas están al límite y las ideas escasean. Era turno de Alemania, la casa de Sebastian Vettel, con claro dominio de los de rojo, y entonces ocurrió lo impensable, Seb se estrella y cede la victoria a Hamilton.
Fue el comienzo de una serie de catastróficas desdichas, de una racha nefasta de errores tanto del piloto como del muro, de devolverle a Mercedes una ventaja de la que realmente no gozaban. Tanto es así, que desde Alemania a Japón, en siete Grandes Premios, Hamilton logró seis triunfos, lo que dejaba a Hamilton con posibilidades matemáticas de ser campeón en Estados Unidos.
No ocurrió, pero sí finalmente en México, una semana después, y repitiendo el mismo escenario que en 2017, con las mismas dos carreras por delante. De nuevo, un resultado por el que pocos habrían apostado tras el Gran Premio de Gran Bretaña con aquella dolorosa derrota de Lewis ante Ferrari.
Lewis Hamilton se convierte en pentacampeón del mundo de Fórmula 1, en el piloto más laureado igualando al mítico Juan Manuel Fangio y con solo un piloto por encima, el siete veces campeón Michael Schumacher. Aquel chico joven que llegó en 2007 ha conseguido destrozar las estadísticas con un ratio de poles y victorias increíble.
Lewis Hamilton ha crecido junto a la Förmula 1, y por consecuente, le hemos visto crecer. Del chico errático pero siempre rápido, del que abría en exceso la boca, del que casi consigue el campeonato en su primero año, a uno de los pilotos más completos de la historia. Un campeón con fallos para reconfortarnos recordándonos que ellos también son humanos, la historia de un piloto que desoyendo todos los consejos, dejó una McLaren a menos para fichar por la Mercedes que ha dominado cinco temporadas consecutivas. Y aún le queda cuerda para rato, porque Hamilton no tiene techo.